No siempre entendemos el mensaje de las Bienaventuranzas. O no del todo. Las
dos versiones que tenemos, la del Evangelio de Mateo y la de Lucas, que leemos
este domingo, han llevado a muchos a pensar que Dios es un poco sádico,
cuando para ser feliz hay que sufrir, para reír hay que llorar, etc. Claro está que
no es ese el significado profundo. Más bien, quizá convenga fijarse en la
experiencia de todos los humanos. Si no has sufrido la tristeza, no es posible
que no puedas conocer el consuelo que Dios da. Si no has llorado, como lloró
Pedro su traición, por ejemplo, es complicado conocer el consuelo que recibió
de Dios.
Parece que también algo del espíritu de las Bienaventuranzas, en esta línea,
podemos encontrar en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. El que lloró
en la tierra encontró consuelo en el cielo, y el que vivía feliz, acabo llorando por
no haber sabido aprovechar su vida. Eso era lo que Cristo tenía en mente, al
proclamar las bienaventuranzas.
“Vuestra recompensa será grande en el cielo.” Eso dice Jesús, pero ya aquí, en
la tierra, se puede sentir algo de esa alegría. San Pablo conoce las tribulaciones
de ser seguidor de Cristo – cuántas veces estuvo al borde de la muerte – pero
conoce mejor el consuelo y ánimo que, gracias a Cristo, rebosa sobre él, en
proporción al sufrimiento que le toca soportar.
No todos viven así, conforme a los valores del Reino. El profeta Jeremías nos
recuerda que podemos vivir según el estilo del mundo, tal y como proponen
muchos, o como nos invita Dios. Maldición o bendición, cada uno elige lo que
prefiere. Los dos caminos que nos recuerda el libro del Deuteronomio, muerte y
vida, ante nosotros. El problema es que el resultado de la elección no es
indiferente. Muchas veces, el enfocarse en los valores equivocados supone
terminar mal. Demasiado afanarse, vanidad de vanidades, para que todo acabe
en nada, vacío interior y desilusión. A eso lo llama “maldito” el profeta. Una vida
sin sentido.
Por el contrario, quien vive conforme a los Mandamientos, es decir, según lo que
Dios propone, será bendito, aunque muchos se rían de él. Es posible que no
reciba mucho reconocimiento en la tierra, pero se ha asegurado la vida eterna,
porque el último juicio pertenece a Dios, no a los hombres. Merece la pena elegir
bien, entonces.
Porque sabemos lo que Dios tiene previsto para nosotros. Ese plan de Dios es
un plan de amor. Disfrutaremos de la Salvación, no nos disolveremos en la nada,
porque nacemos del amor, y estamos llamados a encontrarnos con el Amor. Esa
convicción es la que nos ayuda a no verlo todo negro, incluso cuando la muerte
nos visita. Hay esperanza, siempre. Porque Cristo ha vencido a todos los
enemigos, incluso a la muerte.
Hermano Templario: Reflexiona… ¿sobre qué estoy asentando mi vida?; ¿qué
objetivos me he marcado?; ¿estoy dispuesto a cambiar alguna cosa o a hacer
alguna renuncia significativa?; ¿cómo afronto el sufrimiento en mi vida?; ¿busco
el quedar bien ante los demás, a costa de mi conciencia?; ¿estoy dispuesto a
seguir a Cristo, incluso si los tiempos o las circunstancias no acompañan?
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: