Parece que el don de Dios, el envío a la misión no depende de dónde
estemos o la edad que tengamos, sino que llega a la persona, allí donde se
encuentre. Es lo que les pasó a Eldad y Meldad, que no llegaron a tiempo a
la reunión de los setenta ancianos. El Espíritu les llegó, aunque no estaban
con todos. Es que Dios no piensa como nosotros, no se somete a nuestras
limitaciones o deseos, sino que llega allí donde está el destinatario. Ese es
el mensaje que nos deja esta primera lectura, la absoluta libertad de Dios en
su actuar. Para nosotros, acostumbrados a controlar todo, debemos caer en
la cuenta de que Dios actúa de otra manera. Él tiene una visión global, y
sabe lo que más nos conviene. Aunque no siempre lo entendamos, o lo
queramos aceptar.
Ese Dios que no siempre responde cómo y cuándo queremos, Él será el
encargado de dar satisfacción a los justos, engañados y vejados por los que
los explotan, pero cuyos gritos llegan a oídos del Señor. Él será su mejor
abogado, para cambiar su suerte. Gracias a Dios, hay una justicia humana,
que no siempre puede resolver todas las cuestiones humanas a tiempo, y
una divina, que nunca falla.
Lo que hoy nos enseña la palabra de Dios es que, en su pueblo, aunque
haya cometidos diferentes, no hay monopolios. Nadie tiene la exclusiva del
Espíritu, ni la exclusiva de la recta comprensión del evangelio, ni la
exclusiva del anuncio del evangelio. Somos un pueblo de profetas. Hemos
visto cómo Moisés se alegraba de que el Espíritu de Dios puede hablar a
través de los setenta y dos ancianos, y hemos visto a Jesús desaprobando el
exclusivismo de los discípulos.
No. Dios no quiere que los dones de su Espíritu estén concentrados en sólo
dos manos, o en unas pocas manos. Hemos de sentir el legítimo orgullo de
que Dios reparte sus dones a manos llenas, a voleo, por todo el inmenso
campo de su Iglesia, y no sólo a cuatro privilegiados.
Por eso, porque todos somos testigos y profetas, hay que tener cuidado, y
no dejar que nuestra conducta sea motivo de escándalo y, por tanto, de
ocasión de caída o de pecado para otros. Sobre todo, si estamos hablando
de los que son más débiles en la fe, o no tienen tantos argumentos para
adaptarse a situaciones difíciles. Por eso, la afirmación que hemos oído, es
mejor amputarse un miembro del propio cuerpo que sea ocasión de caída
que conservar la integridad del cuerpo y perder la comunión con Dios. No
hay que tomarlo al pie de la letra, pero sí entender el sentido, y poner los
medios para evitar ese escándalo.
Es que Dios quiere demasiado a los hombres. A todos. Ante ese amor,
podemos sentir vértigo. Dios ve todo desde otro punto de vista. Para Él,
todos los hombres son hijos suyos, amados, y se pone contento cuando
alguno de ellos acoge su don y lo hace vida, aunque sea de forma no
ordinaria. Se entristece cuando sus hijos, en vez de ayudarse unos a otros,
levantan de nuevo las barreras que Jesús ha venido a derribar.
Hermano Templario: Ojalá seamos capaces de vivir como Dios quiere, no
por miedo al castigo, al fuego eterno y al gusano que roe y no muere, sino
porque nos mueve el deseo de ser más como Él, dejando que lo que
hacemos y lo que somos esté movido por el amor. El amor lo puede todo,
incluso vencer al miedo. Y nos ayuda a trabajar con otros, con los que
quieren luchar contra el pecado y la injusticia, sean o no de los nuestros.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: