La mirada de Dios no es como la de los hombres. A nosotros nos parece difícil,
sino imposible, que la gente cambie. Pero lo que a nosotros nos parece
imposible, no lo es para Dios. Por eso el hombre más malvado puede acabar
siendo un santo. Y viceversa. Lo peor, quizá, para poder cambiar, es escapar
de la sospecha de los llamados “buenos”, la desconfianza sobre la rectitud de
la conducta y las intenciones del que cambia. Ojalá no pongamos zancadillas a
los que quieren caminar hacia Él, porque quieren dejar de ser pecadores.
De palabra y de obra. No solo de pensamiento. El apóstol Juan quiere que
amemos con lo que decimos y con lo que hacemos. No sólo de palabras, como
denunció en su tiempo el profeta Isaías: “este pueblo me alaba con la boca y
me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.” (Is 29, 13)
Quizá, si revisamos nuestra vida, veamos que no siempre hemos sido fieles a
la palabra dada. Que, muchas veces, se nos va la fuerza por la boca, caemos
en los mismos errores, perseveramos en nuestros defectos y nos condicionan
los malos hábitos adquiridos. Y, por eso, nos decimos a nosotros mismos que
nada puede cambiar, nos condenamos antes del juicio. Porque pensamos que
también Dios nos critica y nos condena. Y no es así.
Lo que nos recuerda hoy san Juan es que, si somos capaces de amar a pesar
de todo, estamos cumpliendo los mandamientos, y podemos sentirnos y estar
orgullosos de ser hijos de Dios, como nos recordaba la semana pasada el
Evangelio. Y que Dios es capaz de ver el amor que tenemos, que ponemos en
cada acto y en cada una de nuestras relaciones. Él quiere nuestra salvación,
no busca nuestra condena.
En el Evangelio vemos al Buen Pastor desde otro punto de vista, como Vid
verdadera. De la vid se esperan frutos dulces, abundantes. De los sarmientos
que son los Discípulos se esperan frutos de amor y de justicia. Para que haya
buenos frutos, es preciso dedicar tiempo al cultivo y cuidado de la vid. El mismo
Jesús actúa de viñador, poda y corta todo aquello que no nos deja crecer. Es
duro sufrir la poda, pero si se corta todo aquello que no nos deja crecer, como
el orgullo, la pereza, la ira, en definitiva, nuestros pequeños y grandes pecados,
entonces, la purificación merece la pena.
Es así, insertados en la vid, limpios de ramas secas e improductivas, como
podemos dar mucho fruto, como podemos ser portadores del amor de Dios e
incluso llegar a dar la vida por Él. Siguiendo su ejemplo, unidos a Él como el
sarmiento a la vid.
No todo es fácil en este camino. Miramos a la cruz, y comprendemos qué difícil
es llegar hasta el final. Pero, unidos a la vid, podemos con todo. Ya es difícil
vivir, pero más complicado aún es vivir en cristiano. Pero esos momentos de
dificultad pueden ser nuestra poda, momentos de purificación. Así crece la
posibilidad de dar fruto.
Tenemos que entender que de nuestro poco o mucho fruto depende el avance
del Reino. Cristo entregó su vida por todos. Nuestra unión con la vid nos
convierte en portavoces y continuadores de la obra del Maestro. Porque todos
somos hermanos en Cristo, hijos de un mismo Dios. Por eso es importante
cuidar nuestro crecimiento, para que la vid no deje de crecer.
Hermano Templario: Ahora, la savia de la que nos nutre la vid nos impulsa a
seguir creciendo para ser testigos y hablar a todo el mundo del mucho amor
que Dios nos tiene. Los Apóstoles ya lo hicieron. Es tu turno.
.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: