Las lecturas hoy nos presentan a personas que sufren. En realidad, lo que le
pasa a Job es parecido a lo que nos puede pasar a nosotros. Mucha gente lo
está pasando mal. La situación económica, el trabajo, la salud, el amor…
Sabemos que es así, aunque ellos no digan nada. Nosotros tampoco decimos
nada, por un falso respeto.
Lo que tenemos que hacer es hablar, contar lo que nos sucede, para mejorar y
que puedan apoyarnos. Hay que encontrar el sentido de la vida, para evitar caer
en la depresión. Hay una solución, más barata que un psicólogo. Es lo que hizo
Job. Le cuenta a Dios todos sus sentimientos, su falta de esperanza, lo mal que
le va todo. Es valiente, para confiar en el Señor.
Hermano templario: ¿Y tú? ¿Eres capaz de acudir a Dios como Padre bueno,
al que le puedes contar tus cosas, y quejarte, si es el caso?
Puede que sí, puede que no. Si soy creyente, he de confiar en Dios y pedirle
ayuda y amparo en los malos momentos. Una sincera oración, confiando en Él,
nos puede ayudar. Eso es lo que hizo Job. No es un golpe de pesimismo, es
poner en manos de Dios todo lo que le pasa. Quien llora y grita su dolor, aunque
no lo sepa, está clamando a Dios, está pidiéndole fuerza y luz para el camino.
Pablo nos habla de predicar el Evangelio de Cristo como algo superior a sus
fuerzas. Un hecho que no puede evitar. Pablo dice que no puede hacer otra cosa,
y que lo que enseña no es su palabra, sino el Evangelio, la Palabra de Dios. Este
es un buen consejo. Transmitir la doctrina de la Iglesia, no lo que yo pienso o lo
que a mí me parece. Hay que entregar la Palabra como es, sin rebajas ni
descuentos. Y hacerlo a tiempo y a destiempo.
Además, Pablo ha dedicado su vida a los hermanos gratuitamente, sin esperar
nada a cambio. No le debe nada a nadie, lo hace todo desinteresadamente y
porque no puede vivir de otro modo. Y no le pide nada a nadie. No tiene más
deuda que la del amor (cfr. Rom 13, 8). Se ha encontrado con el tesoro
escondido, y lo quiere compartir con todos. A costa de muchos sufrimientos, con
mucho desgaste físico, ha entregado todo su ser a la causa del Reino. Es lo que
sienten muchas personas en sus voluntariados, que “pierden” tiempo por los
demás. Gratis et amore. Es a lo que, puede ser, te está llamando también a ti
Dios a través de tu vocación templaria.
El Evangelio continúa narrándonos una jornada “típica” de Jesús. Seguir a Cristo
significa haber sido curado por Él, y, ya curado, ponerse a servirle a Él y a los
demás. Él nos muestra su amor, se nos acerca en la Reconciliación y en la
Eucaristía, cada vez que celebramos esos sacramentos. Nos sana, nos cura. Y
el que ha sido curado, lo normal es que, como agradecimiento, se ponga a servir,
haga de su buen estado de salud un don para los demás. Servir, como testimonio
de los dones que hemos recibido. Ayudar a los que están cerca, sin olvidarnos
de los que están lejosLa jornada de Jesús prosigue con las curaciones de enfermos y endemoniados.
Y otra vez, impone el silencio. “como los demonios lo conocían, no les permitía
hablar.” Es que Cristo no buscaba el éxito, sino la conversión de los corazones.
Y ni el bien hace ruido, ni el ruido hace el bien. Servicio a todos, para que se
vieran las señales de la llegada del Reino, pero sin prisa. Todo tiene su tiempo.
Mover los corazones, en profundidad, no por haber visto unos signos
extraordinarios.
Y tiempo para orar es lo que abre la jornada de Jesús. Después de la predicación
y del servicio, la oración es otro de los pilares de su jornada. La oración. Un lugar
desierto, soledad, silencio… Toda la misión surge de aquí, de esta fuente interior.
No sería la única vez que Cristo se retiró a orar. Tiempo para Dios, antes de
dedicar tiempo a los demás. Para poder dedicarse a la obra del Reino, necesita
estar unido a su Padre. Discernir permanentemente su voluntad, para hacer lo
que Dios quiere. Antes de hacer, orar. Algo que nos viene a todos bien recordar.
Que la jornada empiece pidiendo a Dios ayuda, y termine dándole gracias y
pidiendo perdón por los errores. Para que todo comience en Dios como su
fuente, y tienda siempre a Dios como su fin último.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: