Todas las lecturas de la Misa de hoy 25 de diciembre, Natividad de Nuestro
Señor Jesucristo, nos hablan del poder y la majestad de Dios. Isaías anuncia:
"¡Tu Dios reina! Y los confines de la tierra verán la salvación". El salmo invita a
aclamar al Rey. Pablo proclama que "el Hijo está sentado a la derecha de la
Majestad de Dios" y Juan, al comienzo de su Evangelio afirma solemnemente la
divinidad de Jesucristo: "el Verbo eterno hecho carne que habitó entre nosotros
lleno de gracia y verdad y del que vimos su gloria como unigénito del Padre".
Estas fiestas como las de la Pascua, para los cristianos, son las más importantes
del año.
Pues bien, una costumbre muy extendida y apreciada consiste en que, finalizado
el rito eucarístico con la bendición, los asistentes nos acerquemos a besar el pie
de la ingenua figurilla de un niño pequeñito apenas cubierto con un pañal blanco.
El caso es que los fieles aceptamos con naturalidad la paradoja de venerar la
Majestad de un Dios Omnipotente en la imagen de un recién nacido.
Ayer, en la celebración de Vísperas, por dos veces el relato de Lucas no daba la
señal: os ha nacido el redentor y lo encontraréis envuelto en pañales y recostado
en un pesebre.
Los corderos que se ofrecían en el templo de Jerusalén, como prescribe el
Levítico, tenían que ser perfectos, sin mancha ni tara alguna y, por eso, para
protegerlos de cualquier golpe o mancha, se envolvían en tiras de tela… como
las que usaban las comadronas para envolver a los recién nacidos. Es decir,
"pañales".
Creo que para José y María (buenos israelitas conocedores de las leyes de culto)
el detalle no pasaría inadvertido y, de algún modo, captarían la señal como
presagio y anuncio. Las profecías se cumplirían y el Rey obraría la salvación
anunciada mediante el sacrificio.
Dios vino a nosotros como un pequeño indefenso. Un Rey nos ha nacido… y
será sacrificado.
Es la paradoja de la Fe.
¡Feliz Navidad Hermanos! Vayamos todos a Belén. Allí nos encontraremos ante
el Niño Dios.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: