Cuando todavía resuenan con emoción en nuestros oídos y en nuestros
corazones las notas de la Salve Rociera que puso el colofón a nuestra
Celebración de Investidura de nuevos caballeros en Sevilla, regresados ya a
nuestras casas y a nuestras vidas, la Palabra de Dios de cada Domingo cae
sobre nosotros como lluvia fecunda para regar nuestros corazones, a veces
demasiado secos.
Este domingo entre viñas anda el juego. En la primera lectura, y en el Evangelio.
Incluso el salmo. Viñas y viñadores. Un amo bueno, y unos trabajadores, por
decirlo de forma suave, no muy allá.
Si nos centramos en todas las cosas que hizo el dueño de la viña en la primera
lectura, desde luego, es normal su enfado. Del amor al odio, parece, hay solo un
paso. De alguna manera, nos recuerda la parábola de la higuera estéril (Lc 13,
6-9). No hay frutos, a pesar de la dedicación y del amor que se ha volcado. Da
rabia. Esa rabia que lleva al amo a destrozar el cercado. Si no produce, no tiene
sitio en mi finca.
Afortunadamente para nosotros, nuestro Dios no es así. El Antiguo Testamento
ha sido superado por el Nuevo, la rabia y la venganza por el amor. Hace unos
días, las lecturas nos recordaban el episodio de Jesús camino a Jerusalén y
rechazado por los samaritanos. Algunos apóstoles querían que bajara fuego del
cielo y destruyera ese lugar “maldito”. ¿Cómo se puede rechazar al bueno de
Jesús? Jesús, entonces, les respondió que no sabían de qué espíritu eran.
Desintegrar a unos cuantos no acabaría con el problema del mal. Siempre habrá
gente que quiera vivir fuera de la ley, humana y divina. Acabar con ellos, algunas
veces, apetecería, pero no es la solución. Y nos colocaría a su nivel.
Nosotros estamos en otra perspectiva, basada en el ejemplo y la predicación de
Cristo.
El Hijo de Dios vino al mundo no para condenar, sino para que todos se salvaran.
Por eso se hizo hombre. Y nos lo explica con estas parábolas. Hoy parece fácil
traducir la parábola, dando a cada personaje su nombre. El propietario es Dios;
los criados son los ángeles, los mensajeros y profetas que intentaron avisar de
que el pueblo elegido se estaba alejando del camino señalado. el hijo del amo
es el mismo Jesús.
La respuesta de Jesús es muy distinta. Quitarles la viña a los labradores y
dársela a otros, que paguen a su tiempo. Qué diferente concepción de la vida.
Vence el espíritu del amor, no de la venganza o del odio. Jesús sí sabe cómo es
su Padre, y cómo debemos ser nosotros.
Escuchamos estas lecturas, y las podemos escuchar como las noticias del
Telediario. Pura y simple información, que nos puede impactar, sobresaltar más
o menos. En español decimos oír algo como quien oye llover.
Hay otra forma de escuchar las lecturas de la Eucaristía. Pensando qué bien le
viene eso a mi vecina, a mis amigos, a mi compañera de estudio o de
trabajo... Siempre mirando a los demás, nunca mirando hacia dentro de
nosotros. Conmigo no va nada de eso. Es como esa gente que viene a
confesarse, y te cuenta los pecados de su vecina. Siempre los otros son, los
otros hacen, los otros dicen...
Podemos escuchar las lecturas, por fin, con verdadero interés. Pensando que
ese texto está dirigido a mí, habla de mí, se refiere a mí. Yo, en pleno siglo XXI,
allí donde me encuentro, vivo, estudio, trabajo, yo estoy oyendo algo que me
debe llegar al corazón. Algo que viene de Dios, para mí.
Qué distinto es oír hablar de la viña, y pensar en un arbolito, no demasiado alto,
del que se puede obtener uvas y vino. Sin más. Qué distinto es pensar en mi
propia persona como esa viña, que Dios cuida con amor, que prepara para que
todo esté bien, y podamos crecer y dar mucho fruto. Qué diferente resulta todo,
cuando leemos el texto en primera persona. Dios me ha plantado, me cuida, me
riega, me protege en los momentos malos, ilumina mis miedos con la luz de su
verdad... Dios está ahí, pendiente de mí. Yo soy esa viña. Un regalo de amor.
Hermano Templario: ¿te sientes como la viña que Dios cuida con esmero?
¿notas es tu vida como te riega, te mima, y cunado es necesario también te
poda? ¿estás dispuesto a dar los frutos que Dios te pide?
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: