He escogido para comentar este Domingo las lecturas de la fiesta de Nuestra Señora
del Monte Carmelo, la cual nos llena hoy de alegría, porque la advocación de la
Santísima Virgen del Carmen es muy amada por todo el pueblo de Dios desde los
orígenes de esta advocación, cuando en el siglo XIII el santo carmelita San Simón
Stock viera en una visión mística en 1251 cómo le entregaba la Virgen María el santo
escapulario, medio fiel de salvación para cuantos confían en la santísima Virgen.
La piedad filial de los fieles experimentó un singular apego a la protección de la
Virgen mediante la imposición desde el siglo XVI del santo escapulario. El pueblo fiel
ha encontrado siempre en la Virgen María aquel amparo que nos remite a las
entrañas maternales de Dios. Pocos lugares de la sagrada Escritura son tan expresivos
como el pasaje de Isaías donde Dios manifiesta su infinita ternura por el pueblo de
su elección: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo
de sus entrañas? Pues, aunque esas llegaren a olvidar, yo no te olvido» (Is 49,15).
Así, cuando Dios anuncia la redención de Israel, lo hace con una invitación a la alegría
porque llega la salvación, y anuncia el gozo de la redención a la hija de Sión, la
comunidad de su elección que él redime perdonando sus pecados e idolatrías. La
invitación a la alegría viene del perdón de los pecados y la reconciliación de Dios con
su pueblo, porque ha terminado el tiempo de la cautividad babilónica y se formará
la comunidad nueva y redimida del pueblo santo que Dios quiere para sí: la
comunidad que ya estará formada sólo por Israel, sino por la reunión de muchos
pueblos, cuando Dios «tomará posesión de Judá sobre la tierra santa y elegirá de
nuevo a Jerusalén» ( Zac 2,16), para hacer de ella la morada de su gloria. Es lo que
hemos escuchado en la primera lectura, tomada del profeta Zacarías.
A la motivación carmelitana y a la consideración de María como madre amorosa que
lleva y acompaña a los fieles a la salvación, se añade la poderosa simbología que la
Virgen del Carmen evoca. María es la estrella que ilumina la singladura de los mares
y conduce a los marinos al puerto de buen seguro, donde el amarre del muelle y la
protección de los diques de contención del puerto frenan la bravura de la tempestad
y la embestida del oleaje. Se dice de la Virgen que es la estrella de la evangelización,
porque ella ilumina el camino de las almas que son atraídas a Cristo, “monte de
salvación”, al encuentro con el Dios vivo y verdadero, porque en Cristo se nos ha
revelado el amor del Padre misericordioso por la humanidad.
Es la estrella de los mares, que invocan los hombres del mar, marinos de la Armada
que defienden la soberanía de nuestras aguas nacionales, garantizan el derecho
internacional del mar y siempre la defensa de la patria. Es la estrella que invocan y
ella ilumina la vida de los pescadores y de las familias de la industria pesquera, desde
la pequeña y mediana empresa familiar a las grandes empresas de armadores, todos
sometidos hoy a la disciplina que protege los mares. La Virgen del Carmen es amada
por pescadores y armadores de los países cristianos, y a ella se encomiendan. Hoy
invocamos nosotros para todos ellos la protección de la Virgen del Carmen, y
también para los trabajadores de las empresas mercantes y del turismo de los mares,
que representan importantes sectores de la economía del transporte marítimo, la
recreación y el descanso.
Hemos escuchado cómo María conduce siempre a Cristo y, por medio de él, a Dios
Padre, porque es la gran figura del creyente y de la Iglesia: del creyente, porque María
acogió en su seno la Palabra de Dios hecha carne, fiándose de Dios en quien puso su
esperanza y su vida; y de la Iglesia, porque ella es la verdadera hija de Sión encarna
y recapitula la vida de la comunidad eclesial. Es bienaventurada, ciertamente, por
haber llevado en sus entrañas al Hijo de Dios, y su divina maternidad es la que le
confiere el lugar singular que ocupa en la historia de nuestra salvación y explica la
influencia que ella y nadie como ella tiene ante Jesús, que es Dios verdadero y
hombre verdadero. María aceptó la palabra de Dios y en ella puso su confianza,
fiándose de la palabra del ángel, que le manifestaba el designio de Dios sobre ella,
que, en verdad, era el designio de salvación de Dios para toda la humanidad. Por eso,
ante la alabanza de aquella buena mujer que entusiasmada bendijo a maría por haber
llevado en su vientre al Hijo de Dios, por haber dado a luz a Jesús y haberlo
alimentado con sus pechos, Cristo la proclamó bienaventurada por haber escuchado
la palabra de Dios y haberla llevado a cumplimiento.
Hermano Templario: Que María nos ayude a nosotros a ser fieles cumplidores de la
Palabra de Dios, y a hacer de ella el norte de nuestra vida. María nos ayudará a dar
cumplimiento a la Palabra de Dios, si a ella acudimos, y llenos de fe le confiamos
cuanto nos preocupa, cuanto anhelamos y cuanto esperamos de Dios: su amor, su
perdón misericordioso y la permanente fidelidad al Evangelio de Cristo, para que
todo lo demás que pidamos se nos dé por añadidura, si nos conviene
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: