Jesús mira a las gentes. Se deja impresionar, afectar, cuestionar por lo que
vive la muchedumbre. No es una mirada para acusar, reprochar o
escandalizarse. Es una mirada para comprender: Quiere captar su mundo
interior, lo que sienten, lo que sufren, lo que necesitan, lo que esperan. Una
mirada «compasiva», que le toca en lo más hondo de su corazón. De algún
modo, hace suyo lo que le llega. No quiere imaginar ni deducir, ni tiene ideas
previas. Jesús escucha, se interesa, pregunta y trata de comprender. No
sabemos si aquella gente era buena, si su vida estaba moralmente en regla, si
eran o no pecadores... Podemos suponer que habría de todo. Pero parece que
tienen algo en común: es gente que sufre. Ésta es la primera percepción de
Jesús. Y Jesús se «compadece» de ellos, es decir, participa de su sufrimiento
y decide (como hizo Dios con Israel) hacer algo por ellos, en su favor.
Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los
trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que
mande trabajadores a su mies.» Cuando el Señor habla de la mies
como abundante, está hablando en forma figurada, pues la mies abundante es
una gran cosecha de cereales y por tanto se necesitan muchos trabajadores
para recoger, guardar y cuidar en almacenes dicha cosecha. Hablando ya en
un plano propiamente evangélico, nos está diciendo concretamente Jesús, que
son innumerables los cristianos convertidos y por convertir y que se necesita de
muchos pastores y gentes de buena voluntad, disponibles y preparadas que
puedan acompañar en el crecimiento de la fe a estos hermanos. Esta es una
de las razones por la cual El llama a los discípulos y le da la potestad para que
todo lo que hagan lo hagan en su nombre.
Este primer grupo elegido y enviado, fue el inicio de innumerables hermanos
llamados y enviados por Jesús y sus discípulos, para que dicha misión
continuara su curso, por eso llego a decir Jesús orando en una
ocasión: «Padre no solo ruego por ellos, sino por aquellos que
creerán en mi por medio de sus palabras». A estos doce los envió
Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de gentiles, ni
entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas
descarriadas de Israel. Id y proclamad que el Reino de los
Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad
leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis,
dadlo gratis.» Estas señales que acompañaban a los discípulos, son la
manifestación gloriosa de la presencia del Reino de Dios en medio de nosotros.
Hermano Templario: Eduquemos nuestra «mirada» para ser capaces
de compadecer, convocar, proclamar, sanar, limpiar, resucitar, curar y
desterrar demonios de modo que seamos una Iglesia misionera, una Iglesia
compasiva y misericordiosa, una Iglesia humanizadora, una Iglesia acogedora
e integradora, una Iglesia de personas felices, portadoras de misericordia.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: