Ay del que olvida la justicia y vive en la iniquidad
Las lecturas del día de hoy nos enfrentan a dos maneras
distintas de vivir la vida. El profeta Amos, ante la vida disoluta
y perdida de los importantes de Israel, les recuerda que su
forma de vida tendrá un castigo ejemplar. Han olvidado el
acuerdo y la alianza. Reniegan del pacto de Dios con el pueblo,
cuando los sacó de Egipto y los llevó a través del desierto para
darles la tierra de los amorreos en que habitan. Se han erigido
en dioses y soberanos de sus actos, en contra del pacto de
hermandad y respeto que Dios les encomendó. Se pasan por
alto los mandamientos del Señor, de llevar una vida justa,
respetuosa y misericordiosa, para entregarse a todo tipo de
excesos, avaricia y egoísmos. Dios no está en sus vidas y
olvidan darle gracias por su permanente cuidado y bondad. Se
han alejado del buen camino que lleva a la salvación de Dios.
Han elegido la perdición, la condena, la vida impía. Por eso el
profeta les insta a cambiar su comportamiento, a volver a los
valores del pacto con Dios, a recrear el mundo de santidad al
que Dios nos invita, donde nadie tiene que sufrir las
injusticias, la explotación, la codicia o la manipulación ajena,
porque el bien de Dios es un mundo en paz, justicia y
misericordia.
Seguir a Jesús es vivir la libertad de espíritu que nos da su
amor
En este relato de Mateo, Jesús presenta y resume lo que
significa el seguimiento que Él pide a sus discípulos. La
radicalidad de sus exigencias no significan una forma de vida
inalcanzable. Expresan la libertad de espíritu que el
seguimiento y el amor conllevan para vivir con integridad el
evangelio. Seguirle exige libertad frente a los condicionantes
relacionales y sociales, frente a nuestros miedos y seguridades,
frente a lo que nos ata y nos lleva a la mezquindad y la
racanería. Jesús nos invita a coger nuestra propia cruz, a vivir
abnegadamente, a poner por encima de todo el amor a los
demás, a copiar su forma de amarnos hasta el final, como Él
nos amó. Seguirle exige también estar por encima de las
necesidades más elementales de la vida cotidiana. “Deja que
los muertos entierren a los muertos”. Lo prioritario es el amor,
es atender las necesidades de los hermanos y de los que están
en la indigencia. Lo importante es estar volcados hacia los
demás, esforzarse en construir un mundo más habitable, más
justo y verdadero. La libertad a la que nos llama Jesús es
aquella que Pablo nos recuerda, la libertad en el Espíritu, el
amor y el servicio fraterno. La libertad y coherencia de vivir el
evangelio del amor, irreconciliable con el egoísmo, el libertinaje
o una vida sin ética ni religión. “Para vivir en libertad, Cristo
nos ha liberado”. Estamos llamados a ser testigos de ese amor,
a contagiar nuestra fe, la esperanza y dar frutos de amor. El
mundo que Dios quiere es un mundo mejor, más humano, más
evangélico. Un mundo en que como dice el Papa Francisco,
quepamos todos. Donde no haya que salir a las periferias,
porque todos estemos recogidos y aceptados; donde la ternura
y la compasión sean la tónica y el estilo de vida de nuestra
sociedad. Como creyentes esa es nuestra tarea, ¡vivámosla
siempre y seamos contagiosos en nuestro amor!
¿Cómo entiendo yo la radicalidad que Jesús pide en este
evangelio?
Estos Evangelios y reflexión han sido extraídos de “Dominicos”, hecho público en www.dominicos.org
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: