Entonces se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacer una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?” Ella contestó: “Manda que, cuando reines, estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús le contestó: “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber?” Ellos replicaron: “Podemos”. Jesús les dijo: “Mi copa la beberéis, pero sentarse a mi derecha e izquierda no me toca a mí concederlo; será para los que mi Padre ha destinado”. Cuando los otros diez lo oyeron, se enfadaron con los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Sabéis que, entre los paganos, los gobernantes tienen sometidos a sus súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros; más bien, quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que se haga vuestro servidor; y quien quiera ser el primero, que se haga vuestro esclavo. Lo mismo que este Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos”.
La festividad de Santa María Magdalena, al igual que la de Santiago, nos invita a reflexionar sobre nuestro compromiso cristiano con Jesús, no desde el poder y las influencias, sino desde el seguimiento comprometido y humilde.
Seguir a Jesús es difundir su mensaje, su modo de vida, su comportamiento con los demás, sin grandes ambiciones y en muchas ocasiones siendo incomprendidos. El poder y los honores son inherentes al ser humano, pero debemos trabajar en desterrarlos de nuestra mente. No nos corresponde a nosotros el sentarnos a la derecha o izquierda del Padre, y menos atribuirnos honores en nuestra vida cotidiana.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: