Tras las anteriores semanas en las que hemos presenciado el nacimiento de Jesús, su bautismo de Agua y de Espíritu y el episodio de las bodas de Caná, en la que Jesús nos pide una conversión al Espíritu de Dios, esta semana es el propio Jesús quien nos demuestra la fuerza del Espíritu cuando actúa en nosotros. El Espíritu de Dios está sobre él. Cuando actúa así en nosotros, todo se transforma, vemos la vida de otra manera, con los ojos de Dios no de los hombres, sin normas preestablecidas, rompiendo esquemas, dando protagonismo a los pobres, cautivos, ciegos, oprimidos etc…
Los hombres hemos separado lo que Dios siempre unió, es decir, a sus hijos. Él nos ha querido sin distinciones, sin discriminaciones por razón de sexo, raza, religión, cultura, pertenencia a un grupo o a otro, clase social, enfermedad etc… Lo único que nos ha exigido es “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”. No lo olvidemos Dios es amor, lo demás son invenciones del hombre.
La iglesia pide en estos días por la unidad de todos los cristianos, separación de hijos de un mismo Dios, llevada a cabo por los hombres seguidores de Jesús por intereses de poder, interpretaciones teológicas, supersticiones etc… Se pide la unidad, pero todos quieren mandar y no perder protagonismo. Qué hipocresía… ¿Si Jesús viniese a este mundo nuevamente no nos trataría como a los fariseos y daría protagonismo a aquellos a los que despreciamos o separamos de lo que consideramos la iglesia?
Pidamos para que el Espíritu de Dios nos impregne, allane estos caminos y esta reconciliación sea posible.
Como caballeros templarios seguidores de Cristo, esforcémonos cada uno de nosotros por ver la vida con los ojos del Espíritu, los de Dios, al único al que nos debemos, no con los ojos humanos de la vanidad, el orgullo, el poder, las normas, las instituciones, la posesión de la verdad.
Ilustre Teófilo:
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquél tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje don estaba escrito:
El Espíritu del señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor.
Y enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.
Estamos ante la primera aparición pública de Jesús como portador de la Buena Noticia.
Jesús da protagonismo a quien verdaderamente lo anima, es decir, El Espíritu de Dios. Cuando realmente está sobre nosotros es cuando alcanzamos el Reino de Dios.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: