Terminado el Adviento, entramos de lleno en la Navidad, semana plagada de acontecimientos y celebraciones. El día 24 Nochebuena, 25 Natividad del Señor, 26 San Esteban, 27 San Juan evangelista, 28 Santos Inocentes y 30 Sagrada Familia.
Esta semana, esperada por todos los cristianos del mundo, es la más importante, la que da sentido a nuestras creencias, la razón de ser de nuestra Orden.
En esta semana se rememora un acontecimiento histórico que recordamos y revivimos todos los años, y que representa el nacimiento y la encarnación de Dios en su hijo Jesús. Este acontecimiento también representa nuestro propio segundo nacimiento a una nueva vida. Dios nos da la oportunidad de volver a nacer cada año.
Personalmente, repasemos qué hemos hecho este año, en qué hemos mejorado personalmente, en qué hemos contribuido a mejorar nuestro entorno, familia, trabajo, amigos, vecinos, ciudad, país, mundo... ¿Somos la sal de la tierra, o por el contrario, no hacemos nada y criticamos a los que hacen porque no son de los nuestros?
Como Orden del Temple, ¿qué hemos hecho este año? ¿Estamos orgullosos de haber contribuido a la difusión del mensaje de Jesús con palabras y con obras, a sufrir como soldados porque el Reino de Dios esté más próximo, a comportarnos como verdaderos caballeros templarios, o por el contrario, sólo nos hemos dejado ver con nuestros uniformes, ceremonias, reconocimientos, palabrería bonita y buenista, boato etc…. vacío de contenido?
¿Nos hemos cultivado, estudiado, formado y desarrollado personalmente en busca de la verdad, o nos hemos dejado llevar por los placeres, comodidades y costumbres mundanas? ¿Cuántas horas hemos dedicado a estar y hablar con nuestro Padre?
Jesús, desde muy niño, deja lo más importante a su edad, sus padres, para cultivarse, aprender, formarse, enseñar y atender a Dios. ¿Qué hemos dejado nosotros o qué esfuerzos hemos hecho por hacer lo mismo?
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén a celebrar la fiesta de Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron juntos a la fiesta, como tenían por costumbre. Una vez terminada la fiesta, emprendieron el regreso. Pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin advertirlo a sus padres. Pensando que iría mezclado entre la caravana, hicieron una jornada de camino, al término de cual comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Y como no lo encontraron, regresaron a Jerusalén para seguir buscándolo allí. Por fin, al cabo de tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Cuantos le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Sus padres se quedaron atónitos al verlo, y su madre dijo: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados buscándote. Jesús les contestó: ¿Y por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les decía. Después, el niño regresó a Nazaret con sus padres y siguió sujeto a ellos. En cuanto a su madre, guardaba todas estas cosas en lo íntimo de su corazón. Y Jesús crecía, y con la edad aumentaban su sabiduría y el favor del que gozaba ante Dios y la gente.
Estamos ante la celebración de la Sagrada Familia.
Padre quiero darte las gracias por haber podido tener una familia y una comunidad cristiana, así como unos hermanos templarios.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: